La mayor dificultad en nuestro
tiempo al hablar de identidad santafesina estriba en la pluralidad de
respuestas que frente a este tema se han dado. La variedad de respuestas marca
la existencia de diferentes puntos de vista, que presupone condicionantes
ideológicos, o la imposibilidad de analizar integradamente los tópicos que el
tema implica, en un sólo trabajo.
Es en la definición de las
características del ser santafesino donde más dificultosa o encarnizada se
torna la lucha, puesto que las dificultades de llegar a un acuerdo alcanzan
también al problema de la mentalidad o identidad americana y argentina, que
encallan definitivamente en la búsqueda de las causas u orígenes de un
determinado comportamiento social.
Y debemos remitirnos a la época
en que América comienza a tomar forma en la conciencia europea, porque es desde
ese tiempo que se hace evidente la necesidad de establecer diferencias entre
conquistadores y conquistados, y salvo por algunos autores de textos literarios
que reivindicaron la tradición americana se fundó la identidad con las reglas
del dominador que abrió y sostuvo el juego.
Posteriormente la independencia política
de América, de las Provincias Unidas del Río de la Plata y hasta la conquista
de la autonomía provincial santafesina
hace patente la reafirmación de las diferencias y su sostenimiento. El
poder es asumido por el criollo quien buscó anhelante mostrar sus
características que lo distinguieron del nativo, del africano y naturalmente
del español.
Evidentemente, la independencia significó
un rechazo por lo español, y como consecuencia de tal hecho la ruptura, por
sobre todo, con la cultura hispánica. De
allí la urgencia de las jóvenes naciones americanas de crear nuevos símbolos,
un lenguaje nacional, y dotar a cada país de un proyecto de identidad nacional
que lentamente fue adquiriendo connotaciones culturales a partir del
sostenimiento de aspectos que originalmente tuvieron valor político como los
símbolos patrios: escarapela, bandera, escudo, himno, entre otros. Y así, las
guerras por la independencia, y quienes
escribieron sobre esos aspectos crearon un discurso histórico que habló de
héroes militares, de dioses y no de hombres hacedores del país y de la
provincia que quedaron estampados en el frío de los mármoles y que es necesario
bajar de esos pedestales y bucear en la forma que se construyó la identidad. En
definitiva, el concepto de identidad tiene dos características básicas: pasado heroico y épico. Y
esta necesidad de reforzar la identidad siempre tuvo una mirada, la
misma con la que se escribe la historia de nuestro país, pero fundamentalmente,
para el caso de nuestro trabajo, nuestra provincia de Santa Fe. Una mirada
desde los ojos del conquistador, desde los ojos del colono inmigrante y se ha
dejado de lado, de manera casi rayando en la negación, la identidad de los
pueblos originarios que aportaron a tal construcción.
Y desde los bronces que la
historia ensalza las glorias en nombre del progreso civilizador, ya echa
raíces el mito del destino de grandeza en el período de emancipación y se
rechaza todo aquello que se contrapone como grotesco, inferior, o bárbaro.
Sin embargo, ese modelo utópico
presentado por algunos es refutado por escritores, como José Hernández, quien
recrea toda la tradición oral, rural y popular.
Concluyendo, nuestra sociedad
tiene una unidad “aparente” en la ponderación de valores como la imagen de la
patria, la loa de los héroes, la pertenencia a una colectividad, el
mito de la valentía, el machismo todavía reinante, la belleza de la mujer
santafesina, la música y las comidas típicas.
Pero, estas son dicotomías que
presenta la identidad santafesina (extensibles también a la identidad
latinoamericana y argentina) y que sin dudas retrasan la definición de la
identidad. Dicotomías que se hicieron presentes desde el momento de la
Conquista y Colonización y que fueron además, quienes enmarcan o determinan la
mentalidad de nuestro pueblo que sigue ensalzando su historia con mirada de
extranjero sobre su propia tierra.
En términos de Mercedes Gagneten
nuestro trabajo debe fomentar procesos
tendientes al des-cubrimiento de la raíz u origen de los grupos e identidades
colectivas (de dónde venimos); para dar respuesta a la pregunta de quiénes
somos y así poder construir trayectoria/ as hacia el futuro (dónde queremos
ir).